Los trabajadores sociales trabajamos con recursos, con mil papeles, programas, proyectos, diagnósticos… pero sobre todo con personas.
Las personas somos seres volubles, estamos en constante cambio, y nos afectan miles de cosas: la edad, la temperatura, la familia, los amigos, el estado de animo… No eres la misma persona en enero que en junio, ni actúas igual cuando estas cansado o enfadado… Eso pasa con las personas en general y por supuesto con las que trabajamos. Comienzas un relación con una persona con unas necesidades, y poco a poco vas creando y dando herramientas para mejorar la calidad de vida de una persona. Y de repente, cuando todo ves que va en buen tono, te das palmaditas por que tienes un caso de libro de trabajo social de lo correctamente bien intervenido que esta, en ese momento en el que falta atar unos cabos leves… La persona dice que no, o desaparece.
Se produce pues un sentimiento al que no nos enseñan a enfrentar, la frustración. Llegas a casa, contestas mal a tu pareja, estas de mal humor, a veces lloras de impotencia. Y es normal, has dado todo de ti, y esa persona no quiere, no puede o simplemente a veces es que no. Las circunstancias no son las adecuadas, la persona no estaba preparada, o vaya usted a saber.
Quédate con el trabajo que has hecho, y siéntete bien. Eso me dicen los que me rodean, y yo pienso, ¡Que sabrán ellos…! ¡ser trabajador social no es cualquier cosa! Pero tienen razón, puesto que sabemos que tratamos con personas, pero a veces olvidamos, que nosotros también lo somos.
Una vez una trabajadora social muy buena me dijo: cuando cierras un libro, durante un tiempo piensas en que estará pasando en ese universo, pero al tiempo se pasa, como pasara ahora. Cierra el libro, y abre otro, pon todo de ti y te sentirás bien.
Aun así sigue costandome trabajo aprender que a veces es que no. Y espero que eso no cambie nunca, por que significara que deja de importarme lo que hago.
Photocredit. Hans
Deja un comentario