Hoy os traigo mi experiencia con la tercera y última Trabajadora Social con la que estuve durante mi paso por el hospital. Si todavía no habéis leído las dos anteriores entradas, os dejo por aquí los enlaces a ellas para que las echéis un vistazo (1 y 2).
La última Trabajadora Social con la que rote, la más joven de las tres, era la encargada de las camas de oncología.
Pese a su edad, creo recordar que llevaba unos tres años en el hospital y antes había estado otros tantos trabajando para Samur Social. Desde que tuve claro que quería estudiar e indagué sobre los distintos ámbitos del Trabajo Social, el Samur Social siempre ha sido y es, un servicio que me llama muchísimo la atención y del que me encantaria formar parte, así que imaginaros mi cara de ilusión al saber que la Trabajadora Social con la que compartiría los próximos meses además de estar trabajando en el hospital, experiencia que me estaba encantando, había trabajado unos años en el Samur Social.
Los primeros días con ella fueron duros, muy duros. Recuerdo que el primer día además de hablarme de su función, del servicio y de los pacientes que tenía/mos en ese momento, cuando me estaba enseñando el ala del hospital dedicado a onco me soltó una frase que no se me olvidará jamás: “A la derecha y a la izquierda hay habitaciones dobles, y en el extremo hay cinco habitaciones individuales, ¿te imaginas para qué, verdad?”. Supongo que asentí con la cabeza pero si os soy sincera no recuerdo cual fue mi reacción ya que en ese momento mi cabeza no quiso estar ahí.
Esta Trabajadora Social me dio la misma confianza que la primera y enseguida me vi haciendo entrevista, llamando a familiares de los pacientes, redactando informes… Mi primera entrevista en onco fue a la mujer de un paciente que se encontraba en una habitación individual. El señor llevaba su tratamiento en otro hospital pero se había puesto muy malito y habían acudido de urgencia a este. La entrevista era “simple”, buscábamos saber si podíamos ayudarles en algo. Pues bien, por mi parte fue un autentico desastre… Lógicamente la mujer no estaba bien y supongo que lo que menos le apetecería en ese momento, y mucho menos si no necesitaba nada, es que vinieran dos señoritas a hacerle más preguntas. Me tembló la voz, me costó entrarle, la mujer me contestaba sin apenas mirarme y con la voz seria y a un volumen muy bajo y conforme iba haciéndolo yo iba haciéndome más y más pequeñita… pufff fue horrible. Salí de allí deseando hacerlo y sintiéndome fatal. Obviamente la Trabajadora Social intercambió impresiones conmigo y su opinión fue muy similar a la mía, lo había hecho mal. Pero bueno siempre hay una primera vez para todo.
A la semana o así de estar en onco todo mejoró, sinceramente el cambio fue cuando yo cambie el chip. Pase de sentir pena por esa gente y por la situación que estaban pasando, a empezar a pensar que el tiempo que durase el tratamiento, su ingreso en el hospital o simplemente el tiempo que les quedase (quizá suene algo duro pero es así), tenía que ser lo más agradable posible y para eso estábamos, para ayudarles a conseguirlo, a hacerles todo un pelín menos difícil. Y poco a poco todo fue mejorando, me sentía más cómoda y segura cuando hacia las entrevistas, a la hora de hablar de ello, iba al hospital con ganas de estar allí y no de salir corriendo, no se me hacia un nudo en el estómago cada vez que entraba en el ala de onco…
Quiero resaltar que a diferencia de las otros equipos que tuve la oportunidad de conocer, el equipo de oncología del hospital en el que estuve era un equipo multidisciplinar teóricamente perfecto. La información fluía desde el voluntario de la AECC que iba al hospital una vez por semana hasta la médica jefe de la planta. Se hacía una reunión semanal, al igual que en geriatría, pero en esta si que sentí y observé que al Trabajador Social se le valoraba igual que al médico o a la enfermera.
No sé si fue porque empecé a ver la muerte de una forma distinta a como la había visto siempre o si porqué cambie el chip respecto a la enfermedad del cáncer, pero de todo el tiempo que estuve en el hospital, sin duda, me quedó con aquellos meses en oncología. Me pareció un trabajo con paciente y familia precioso, y me encantó la cercanía y transparencia que se veía y se sentía entre todos los profesionales de la planta. Me enamoré de uno de los casos y pese a que creía tener el tema de mi trabajo final de grado muy seguro, acabé cambiándolo para hablar de la crisis que supone el diagnostico de cáncer en una familia.
No quiero terminar estas entradas sin dar las GRACIAS a todas las compañeras que aceptáis el reto de mostrar a los alumnos en prácticas nuestra profesión. Prometo que si algún día tengo la oportunidad de ejercer, y dentro de la institución que lo haga, aceptar un alumno en prácticas, no dudaré en decir que si.
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