Sentados en el despacho, Dña. Amalia espera con emoción conocer el contenido de la carta que le manda su hija desde el centro penitenciario. Ella no sabe leer. La abro, despliego el papel. Aquella letra infantil, redonda, escrita con boli azul en un papel arrancado de una libreta. Leo para mí las primeras líneas. Me lanzo con las primeras palabras
“Querida mamá…”
Dejo el papel sobre la mesa, me disculpo y salgo del despacho.
¿Qué me pasa? siento un nudo en la garganta, un sofoco, trato de retener las lágrimas en mis ojos. En el pasillo, respiro profundamente y vuelvo a entrar. Dña. Amalia me espera como si nada hubiera pasado. Vamos allá.
“Querida mamá…”
La pausa dura más de lo normal.
– ¿Quieres que me salga? – Pregunta mi compañera enfermera con la que comparto despacho
– No. Necesito que se la leas tú – le digo, ella levanta la vista de sus papeles y me mira.
Pregunto a Dña. Amalia si le importa, dice que no y salgo del despacho. En el rincón menos iluminado del largo pasillo trato inútilmente de contener mis lágrimas. Yo ya sabía lo que le contaba en la carta.
Conocer historias de vida intensas es habitual en Trabajo Social. En un Centro Residencial de Tercera Edad, esas historias tienen muchos capítulos que juntos dan forma a unas vidas largas en las que siempre se destacan las desdichas a pesar de existir alegrías. También es inevitable afrontar procesos de duelo por los fallecimientos y de alguna forma en la intensidad de los ingresos. Creo que esto lo llevo relativamente bien gracias a las habilidades profesionales necesarias en este trabajo.
Debe ser aquello que llaman Inteligencia Emocional (IE): “Procesos implicados en el reconocimiento, uso, comprensión y manejo de los estados emocionales de uno mismo y de otros para resolver problemas y regular la conducta. (…) Por un lado, la IE hace referencia a la capacidad de una persona para razonar sobre las emociones y, por otro lado, procesar la información emocional para aumentar el razonamiento (Salovey, 2007) (más info aquí)
Aquel día algo salió mal. Todavía hoy no he podido reconocer aquel sentimiento: lástima, pena, tristeza… lo que sí identifiqué fue la impotencia de sentirme incapaz de hacer bien mi trabajo, de no saber gestionar mis emociones. Me aterraba pensar que me había implicado más de lo necesario profesionalmente.
Pasado el tiempo y analizada la situación, quiero creer que he evolucionado como trabajador social. Siento que he dejado atrás mi preocupación por la pura gestión administrativa y tengo controlados los trámites legales. Ahora soy capaz de hacer Trabajo Social, de analizar situaciones que antes no veía, de entrevistar a las personas practicando la escucha activa y establecer una relación de ayuda real, no como antes que solo me preocupaba de recabar la información necesaria para que el expediente estuviera completo. Y esa evolución creo requiere de nuevas habilidades.
Me ha encantado…tras muchísimos años en activo…me han ocurrido situaciones similares a las que describes y las leo no desde la desregulación emocional sino que me digo…”Qué bien! aun me queda capacidad para empatizar y emocionarme!”
Muchas gracias Blanca.
Sin duda la veteranía tiene mucho que ver a la hora de gestionar emocionalmente estas situaciones. El apoyo de compañeras como tu, con más experiencia que yo, me ha ayudado mucho a mejorar y también me ha animado a compartirlo aquí.